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Robinson Quintero Ruiz. Encuentro con las letras. Por Dora Isabel Berdugo Iriarte (Cartagena de indias)

 


 

 

Barranquilla, 4 de enero de 1969. Escritor, traductor, tallerista literario, comunicador social y gestor cultural. Tiene publicado un libro de prosa poética, titulado Tren de largo recorrido, con la editorial independiente Labrapalabra. Ha participado en el Encuentro de Talleres Literarios en la costa Atlántica y Bogotá, dictando charlas en diferentes colegios y escuelas públicas y privadas de la costa atlántica, abarcando temas como El papel de la poesía en el estudio literario colombiano, La cotidianidad en la poesía actual, Las nuevas tendencias literarias en la zona caribe y Literatura y postmodernidad. Ha participado activamente en proyectos y programas culturales con La Fundación La Cueva de Barranquilla, Biblioteca Piloto del Caribe en Barranquilla, las revistas Labrapalabra y Flota la prosa, Congreso Internacional de la Lengua española en Cartagena, en Off Festival en Cartagena y en el Parlamento Internacional de Escritores de la asociación de escritores de la costa en el año 2008, ha laborado proyectos de desarrollo social, con comunidades afectadas. Entre sus premios se destaca como: Ganador del Concurso Nacional de Cuento – Universidad Metropolitana en este 2008, ganador del Concurso de poesía de la Universidad Metropolitana en este 2008. En el 2012 publicó su novela El lado oscuro del trópico. Textos suyos han sido publicados en revistas y magazines literarios a nivel nacional e internacional. Los textos que anexamos a continuación hacen parte de su libro Puntos Cardinales.

 

 

 

PUNTOS CARDINALES

 

 Es un libro escrito para esos otros con quienes nos relacionamos en el cotidiano y a quienes no les decimos, por prudencia, distracción u olvido, todo lo que sentimos y pensamos de ellos. Es una invitación a reflexionar desde nuestra alcoba, en una tarde mientras los objetos nos recuerdan cada emoción, cada sentimiento, cada palabra nunca dicha y, sobre todo, la necesidad interior de resolver, de la mejor manera posible, todos los sucesos que nos impactan y que constituyen nuestras obsesiones más profundas.

 

 

 

Puntos cardinales, pese a estar invadido de nostalgia, indaga en el dolor de los humanos, no llega a ser un libro quejumbroso, sino una puerta abierta a la intimidad del escritor y una persuasión a hurgar en la propia llaga. Son textos vitales, contundentes, de una hermosa sencillez, capaces de dialogar con quien tenga la posibilidad de vivir y recordar.  

 

 

 

 

 

APRENDIZAJE CASERO (En un patio extenso con enormes árboles frutales como telón de fondo)

 

 El abuelo me enseñó que un hombre está a salvo del mundo cuando se repite en su propio silencio; luego dijo con su voz domadora del tiempo y las más largas distancias: “Pero si quiere enfrentar esta hambrienta realidad, debe tomar a las palabras como única residencia”.

 

 

 

La voz del abuelo aún arropa lo que queda del patio. Con los ojos cerrados se apresta a ensanchar el mundo con un par de frases; su voz lleva el aroma de todos los años vividos, yo hago parte de esta magia invisible que se estremece en el silencio de la mañana.

 

 

 

Yo he seguido al pie de la letra cada uno de sus consejos, aunque a veces he roto las reglas para poder continuar adelante en mi propio camino. He evadido el buen comportamiento del amor; me convoco solidario conmigo mismo, pero tengo para ofrecer un atardecer que sonríe dentro de mi pecho, un par de recuerdos escondidos en los baúles de la abuela, la imagen de un hombre que vaga por calles y esquinas, extendiendo el veneno de sus sueños.

 

 

 

El abuelo me enseñó que uno se hace hombre en sí mismo, y varios hombres cuando tiene por testamento un par de frases huérfanas merodeando entre las manos. El abuelo me enseñó que para comprender la vida hay que rodar con el mundo, llevarlo a cuestas en cada hora que pasa, en cada palabra que se extiende para bendecir las heridas que empiezan a florecer, a través de los primeros tropiezos y el seco afán de querer desnudar las tristezas y las soledades, como única salida para sentir verdaderamente el vértigo del mundo.

 

 

 

 

 

HAGAMOS DEL AMOR UN ARTEFACTO MÁS HUMANO

 

 Ven muchacha, coloquemos nuestras manos desnudas sobre la ciega herida que hace del amor un pedazo de pan cotidiano. Dejemos que él se embadurne la cara con nuestra risa y con nuestro llanto. Que la única luz que lo cobije sea el silencio de nuestros cuerpos cansados, después de la tibia batalla del sexo. Tomemos al amor por nuestra cuenta, que sienta la sed que se esconde en nuestros labios; que sepa que durante las noches nuestras vidas se balancean sobre la cuerda floja.

 

 

 

Ven muchacha, cantemos tristes canciones de atardecer a su oído. Coloquemos al amor en el sucio rincón donde alguna vez aquella mesa y aquel florero. Dejemos que él aprenda a paladear nuestros miedos, nuestras livianas tristezas. Enséñale a morir para que te pueda ver con los ojos cerrados. Enséñale a nombrar tu cuerpo, a viajar en él como pájaros de verano. Muéstrale que, de este lado, las cosas buenas duran un breve instante.

 

 

 

Ven muchacha, señálale el punto exacto donde somos animales que se aman a oscuras, bajo el signo hostil de tanta soledad aguda. Rásgale el corazón con tus dientes, bríndale una palabra huérfana empapada de ausencias; luego arréglate el cabello, colócate tu único vestido florido y deja que los juegos y los artificios coloquen trampas a su paso.

 

 

 

 

 

Dora Isabel Berdugo Iriarte. Cartagena de indias. Abogada. Poeta y teatrista. Especialista en Comunicación y Desarrollo. Máster en Intervención Social, gestora y redactora cultural e investigadora social.

 

 

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