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La medicina del abuelo. Por Libertad González

El abuelo Manuel es un anciano de 85 años. Como la mayoría de los hombres de su generación, ha vivido experiencias a lo largo de su vida que le han ido forjando el carácter.

Numerosos oficios para llevar el pan diario a la mesa familiar, dos matrimonios, dos veces enviudado, cinco hijas, tres hijos, doce nietos y tres biznietos; es el cómputo de su hasta ahora abultada descendencia.

La viudez, la edad y el nido vacío le han ido convirtiendo en un hombre solitario y huraño. Los únicos momentos de socialización son los que pasa jugando al dominó, bajo la sombra de un viejo olivo, con su vecino Sebastián, un par de años más joven que Manuel y soltero con esperanzas.

Las visitas al abuelo solo son en fechas señaladas. Su cumpleaños es una de estas fechas y es obligado que toda la familia acuda a la celebración. El abuelo Manuel prepara meticulosamente el banquete con toda clase de viandas, bebidas y postres. Regalos para los hijos, hijas, yernos y nueras que suele ser un sobre con dinero, otros sobrecitos para los nietos mayores y  juguetes para los más pequeños. El hombre se asegura con estos incentivos que toda su prole acudirá sin falta a la convocatoria onomástica.

Como cada año, llegó la fecha, llegó la familia, llegó la celebración, llegó el alboroto, llegó el griterío de los niños, llegó el hijo fanfarrón, la hija estresada, el cuñado sabelotodo, el cotilleo de las cuñadas, los “me lo temía”, los “te lo dije” los “arrierito somos”… acabó la fiesta, acabó la celebración, se fue la familia.


- ¿Vinieron todos tus familiares? -pregunta Sebastián, el vecino

- Era importante, un asunto de necesidad terapéutica- responde el abuelo Manuel

-¿Acaso tenia usted que anunciarles algo importante? - vuelve a preguntar Sebastián. - ¿Está usted enfermo?

-No, nada de eso. Simplemente es mi familia y siento la necesidad de pasar rato con ellos – responde el anciano.

- Con lo huraño que es usted, no lo entiendo Sr Manuel– comenta el vecino

- Será porque son mi familia después de todo, ellos son una terapia para mí- responde Manuel.

-Pero es que tiene usted una familia muy ruidosa- comenta Sebastián

- Si, es cierto. Pero ellos me dejan mucha paz y tranquilidad – comenta el abuelo  -  Es mi cumpleaños y ellos son para mí el mejor regalo.

- En serio? Difícil de entender- murmura Sebastián con el rostro perplejo.

- Si, adoro la visita de mi ruidosa familia, ¡qué le vamos a hacer! –dice Manuel.

-Pero si usted detesta el ruido, el griterío de los niños, el cotilleo de las mujeres y la fanfarronería de sus hijos. ¡Que su casa parece un circo¡ No sé ni cómo lo aguanta.

 

 

-Pues precisamente, me sacrifico para complacerme en la calma y tranquilidad que dejan cuando por fin se marchan todos.

 

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