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La bella y la arruga, por Libertad González

Sus cincuenta años le devolvían un rostro terso y suave, sin mácula ni acné.  Linda, nunca se preocupó de su aspecto, había otras cosas importantes en las que pensar.

A sus amigas ya les iban apareciendo  delatores surcos en la frente, en los labios, alrededor de los ojos…
Los cosméticos no parecían paliar el paso del tiempo.

Con envidia miraban a Linda. Pretendiendo aparentar pena por ella, proclamaban la belleza y sabiduría que otorgaban las arrugas.

 

Linda, obstinada en poseer arrugas sabias, rebuscó en mercados, perfumerías, boticas, hasta en Amazon. Fue imposible encontrar un cosmético que pudiera realzar las arrugas.

 

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