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Ana Simone perderse para encontrarse narrativa breve

 

 

 

 

Recién asoma enero decidimos seguir inmersos en la atmósfera mágica de la Navidad y el Año Nuevo, ya sabes, esa amalgama cautivadora de luces parpadeantes y melodías festivas que nos impulsa a buscar experiencias inolvidables y en esta travesía de Año Nuevo nos dejamos llevar a un peñasco olvidado, cuya cima permanece abrazada por un volcán que, en lugar de rugir con furia, sigue emanando como al principio de los tiempos, aguas termales como un gigante y ardiente jacuzzi celestial.

 

 

 

En la cima de aquel rincón perdido, en la cantina del lugar, nos sentamos a disfrutar de un improvisado banquete de arroz con conejo al estilo casero que parecía ser elaborado por las reminiscentes sombras de antiguas civilizaciones. La Sierra Alhamilla se alzaba majestuosa, como silente testigo de encuentros, desencuentros, despedidas y abandonos a lo largo de los siglos.

 

 

 

La charla, hablando un poco de todo y un mucho de nada, fluía con la naturalidad de un arroyo cristalino, mezclando risas y reflexiones en una sinfonía de amistad. Nos preguntamos si aquel peñasco había presenciado también las risas de los fenicios, los debates de los romanos o las poéticas conversaciones de los árabes que alguna vez lo llamaron hogar.

 

 

 

Al concluir nuestro festín, decidimos descender y regresar al mundo civilizado para disfrutar de la rutina reconfortante de un café. Sin embargo, las callejuelas retorcidas del destino nos jugaron una mala pasada. Nos vimos sumidos en la confusión de calles que parecían entrelazarse como hilos de un ovillo rebelde. Fue entonces cuando decidimos recurrir al pérfido GPS, esa voz digital que nos llevó por un laberinto de giros y vueltas hasta encontrarnos, como por arte de hechicería, en un polígono industrial desconocido.

Entre risas nerviosas y comentarios cómicos sobre nuestro sentido de la orientación, nos dimos cuenta de que habíamos perdido el rumbo, pero encontramos una nueva perspectiva al llegar cuasi por casualidad al lugar del encuentro cafetero, con un conglomerado de alivio y alegría. En ese momento, nos golpeó la revelación: perderse no era una desgracia, sino un regalo. La experiencia nos enseñó lo liberador que es salirse del camino trillado, explorar lo desconocido y, de alguna manera, perderse para encontrarse a uno mismo.

 

 

 

Así, brindamos con nuestros cafés como si fueran elixires mágicos, celebrando la travesía inadvertida y descubriendo que, a veces, la magia reside en los desvíos inesperados y las risas compartidas en lugares olvidados.

 

 

 

Ana Simone

 

Cantante de fados y narradora.

 

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