Creo recordar que fue Poe y después Valéry quienes afirmaron que la composición de un poema es un acto puramente intelectual, pues un poema no debe significar sino ser, al igual que aquella zarza bíblica: hay que ser siendo, no ser el que se es. Bien es sabido que la poesía es el medio para crear una sensación de manera inteligente, que conmueva y emocione, a través de la construcción consciente y con conocimiento, a la vez que experiencia, del poema: resultado este de una reflexión filosófica: con pensamiento, sobre la imbricación de las causas y los efectos. Y será Juarroz quien señale que el sentido que tiene la poesía es darle voz al sentido oculto.
Y esto es lo que encontramos si caminamos despacio por los poemas de Veintiún signos en la frente (Valparaíso Ediciones), del poeta George Reyes (Ecuador/México), pues es descubrir de sopetón el admirable quehacer demiurgo del autor, puesto que no es un libro de poesía al uso, convencional, pues es un libro, un poemario, un volumen que hay que conocer, leer, subrayar, memorizar. Vale la pena descubrir ese “fraseo de muerte calado en tu frente”. Por eso un buen prólogo es el que pone en riesgo al autor y a las personas lectoras en un aprieto: leer o no leer el libro. Y piensen ustedes, que uno siente temor y temblor, porque ya estamos más que hartos de los comentarios más que hiperbólicos de cada uno de los libros que se publican y nadie es el mejor de su generación y nadie es el fenómeno editorial del momento y nadie es único e inimitable; pero, de ahí la sorpresa de este poemario.
Es tan interesante como navegar en una mar oceánica y no naufragar o como intentar saber cuál es la marca, el signo aquel, en la frente de Caín. Este poeta, ensayista, narrador, crítico literario, editor, educador teológico, asesor académico y teólogo escritor reconocido, residente en México, ha publicado varias obras teológicas y cantidad de ensayos en el mismo ramo, en revistas y sitios virtuales académicos; coautor de varios libros de Teología; traduce hebreo y griego bíblicos; habla inglés y portugués; autor de los poemarios El azul de la tarde; Ese otro exilio, esa otra patria; El Árbol del Bien y del mal; y es editor y autor de varias antologías poéticas de homenaje, entre otras más cosas. Un agitador cultural extraordinario. Pero es, sobre todo un poeta con una voz insólita y con una imaginería desbordante de singular lucidez, diríase. Es una poesía donde la voz y su eco es la existencia humana. ¡ahí es nada!, en ese devenir telúrico del silencio: “En la frente, duelen veintiún signos/ y mi risa, ¿a qué tiempo se marcha/ libre de metáforas?”
Reyes es un poeta que se imbrica con y en la tradición de la poesía culta de elaborado discurso y más que adecuada figuración del lenguaje, que bebe de la fuente de la tradición hasta nuestros días, no en vano es un gran lector y conocedor de todas las corrientes literarias, foráneas o no, de aquende y de allende. Hay en el estilo de este poeta un poso romántico libertario, e ahí la espiritualidad del arte, sin ir más lejos, y esto se ve hasta en la expresión de la emoción y en la preferencia por la búsqueda de la integridad creativa en referentes idealistas opuestos al materialismo y al realismo. Esa referencia a lo telúrico, que busca la esencia de la poesía y la suya propia como poeta, aunando pensamiento, emoción y espíritu: “En mi raya horizontal/ oigo esa otra voz sedal”.
Hay que destacar en la lectura de este brillante poemario que sus poemas son composiciones en donde la idea, el pensamiento, presenta sus mayores posibilidades de desarrollo, la sugerencia a la persona lectora, donde los juegos metafóricos alcanzan su meta y es ahí donde late esa reivindicación por construir una identidad propia, de francotirador, al margen de grupos, navegando en soledad: “El viento gira un perfume que huele ajeno/ en el territorio fluyendo en tu sangre”.
Otra de las singularidades formales que hay que resaltar y que refuerza el valor de este poemario es la manera en que cada poema se inicia, se abre, a través de una máxima o casi aforismo: “Perfume/ que huele/ de arriba abajo/ a esencia salvaje”. O “vengo aquí del ignoto margen/ a consagrar aquella nada”. También, cabe apuntar que la sobreabundancia léxica acerca de la vida, desde los más cotidiano a la propia naturaleza, permanece casi imperceptible en el orden de lo temático, no es este un poemario bucólico, se trata más bien de una cuestión de estilo, de recuperar lo telúrico a la manera romántica, como base de inspiración del poeta George Reyes, quien se apoya en la sensible naturaleza para elevarse desde allí a la revelación: “¡Al/ fin,/ el humus/ ha germinado a mi gota, sin luz solar,/ sin luz solar, ha germinado a mi gota/ el humus,/ al/ fin!
Tal vez, y solo tal vez, el poeta en este Veintiún signos en la frente, cerca o lejos de las divinidades y la cultura judeocristiana, intenta, persigue y creo que logra salvarnos, hacernos más personas, con sus versos, pues “El dueño del brazo es quien lleva en su frente/ el signo de paz”. O, gritando “Voy sintiéndome avatar que ya no duerme en soledad desocupada”. Cabe señalar que el poeta Reyes escribe poesía con aquella arquitectura verbal de nuestro más y mejor Góngora; con la acidez brillante de Quevedo y la altura transparente de San Juan de la Cruz. ¡Ahí es nada: “en fiesta de balada crujiente”!
Creo también, que George Reyes ha logrado una tremenda ambición, pues ha sido capaz de captar como pocos la enjundia de la existencia, de nuestra existencia; así como captar el sentido del acontecimiento de la vida, a la vez que el sentido del acontecimiento mismo. Este poeta nos ofrece el mundo en su dimensión humana, un velar y un desvelar la realidad en el mostrar y en el poetizar esa necesidad que le persigue de expresar el mundo, con sus voces y ecos, desde una actitud metafísica, desde su pasión poética: “incendiado por la sed que sufren/ al margen del agua”.
Puede decirse, pues, sin temor a equivocarnos, que este poeta tan polivalente, pluscuamperfecto, diríase, está imbricado con el exterior e interior de las personas, del mundo, de la teología y la mística religiosa y con la mística no creyente; también, con el amor humano y el divino. Todo lo conoce, lo canta y lo cuenta, con esa sencillez e ironía propia de los que son poetas, quienes celebran la vida por doquier: saben que es un regalo, como su poesía lo es para nuestro cerebro. ¡Poesía en estado puro que sigue aprehendiendo de la vida! “Los dioses caídos/ te han puesto/ en peligro/ si mucha distancia”. Su poesía es, no me cabe duda, mirada, memoria y lenguaje, con el que se bate el cobre como pocos: “pero en mi ventana apalabro el labio: ¡Dios no ha muerto!”
Creo que como lector apasionado de poesía me hago valedor de esta poesía de George Reyes y no quiero que diga como Cervantes: “Yo, que siempre trabajo y me desvelo/ por parecer que tengo de poeta/ la gracia que no quiso darme el cielo…”, pues Reyes sí que tiene el don de la poesía y tenemos un altísimo concepto de su creación literaria. Y creo que este poeta tiende puentes con lo sagrado a través de la palabra. Y es que su poesía utiliza el lenguaje y de qué manera para cantar y contra el prodigio de la vida y el misterio de la muerte. Sigue asombrándose ante lo natural y siempre alerta buscando lo que está más allá del poema: esa elocuencia que nos libera.
Enrique Villagrasa
Poeta, Crítico Literario y Periodista Cultural español
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